lunes, junio 18, 2012

El don vs. lo amado


Todas las personas nacemos con un don, me dijeron alguna vez. Hay quienes pasan la vida buscando ese don y nunca lo encuentran, otros con más suerte lo descubren desde el principio y aprender a explotarlo, unos más pasan sus mejores años creyendo que lo encontraron, así. De todo. 
Un don no es siempre aquello que más te gusta, cabe aclarar. He tenido amigos cuyo don es la pintura, por ejemplo, pero lo que realmente aman es tocar un instrumento. Yo desde niña supe (o quise creer) que mi don era escribir. 
Mi fascinación por las letras inició antes de que comenzara a leer. “¿Qué dice ahí?”, abrumaba a mis padres siempre con esa pregunta, hasta que mi papá se fastidió y decidió enseñarme a leer él mismo. 
Tan pronto como comencé a leer encontré en las letras algo inquietante, leía todo lo que me caía en las manos. Desde uno que otro cuento que me compraban mis padres, hasta una enciclopedia de cuentos de hadas que me robaba de casa de un tío. Entonces no tenía acceso a los clásico ni a los grandes de la literatura, pero esas historias encontradas por accidente me empujaron por el camino de la lectura. 
Después la escritura fue otro descubrimiento. Aún hoy me resulta difícil explicar lo que sentía al escribir. Era como volar. Volar con el lápiz a ras del papel. Me sentí tan plena escribiendo mis primeros diarios que supe que eso quería hacer por el resto de mi vida. 
No sabía si era buena escribiendo esas cosas, si lo hacía bien. Hoy los leo, me ruborizo y respondo que no, pero tenía 9 años, no se puede juzgar un texto de esa edad.
En la secundaría comencé a escribir algo que llamaba poemas, inspirada en unos cuantos libros que había en la escuela. Mis amigas decían que era escritora, pero en ese tiempo llamarme así no podía ser otra cosa más que una burla.
Y así fue transcurriendo la vida, siempre entre letras. “Desde que empecé a escribir no he hecho más que eso, escribir”, le dije a mi esposo (que también escribe) hace tiempo. Y realmente así fue. Pero después de tantos años no sé en qué punto estoy.
A veces siento que avanzo, pero otras veces que retrocedo tres pasos. He llevado esta carrera dando saltos de un lado a otro, combinando la escritura con otras cosas que me gustan. No he tenido un aprendizaje lineal. Siempre he dicho que lo mío es contar historias. Lo he intentado hacer desde el periodismo y desde la ficción, una veces con más éxito que otras. Quiero pensar que aún no es momento, que tengo todo que aprender, que el camino apenas empieza. Que soy una flama que apenas da sus primero chispazos. 
Vuelvo a leer los textos de este blog y a veces siento que, por permanecer tanto en la tierra, que es lo que muchas veces exige el periodismo, he tenido que sacrificar tanto de hoguera que tenían mis textos.
A veces pienso que quizá la escritura no es mi don, sino lo que amo hacer y que mi don está ahí guardado dentro de mí esperando ser descubierto. Lo que no puedo negar es que siento ese algo dentro, esa bola de fuego queriéndose salir de mi pecho, y que sólo se calma cuando escribo, como hoy, volando al ritmo de los dedos sobre el teclado.