Justo cuando me dirigía a casa, un chico en una camioneta roja se detiene al lado mío y me grita “¡Cyntia!” y yo con cara de confusión, pena y recorriendo mis recuerdos a mil por hora le contesto “Hola”. Él pone una enormísima sonrisa mientras yo sigo recorriendo nombres, rostros, salones de escuelas, hasta que él dice “¿No te acuerdas de mí, verdad?”, y yo con la mirada saltando de un punto a otro respondo “No”, “Soy Luis Enrique”, me dice, “¡ah, claro! ¿Cómo estás? Ya ni te pareces”, él se apresura a decir “te vi hace rato pero no te quise saludar porque pensé que no me recordarías” --como evidentemente sucedió-- “es que no te pareces nadita” (una camioneta pitando atrás, estamos deteniendo el tráfico), “bueno, a ver si luego platicamos”, me dice y arranca
Claro, mis recuerdos de vagabundos que son se congregaron inmediatamente en el presente:
Desde siempre (y esto lo repito cada vez que con insistencia alguien me dice “preséntame a una amiga”) se me ha facilitado tener más amigos hombres que mujeres.
Cuando era niña tuve grandes amigos: J, hijo de amigos de mis papás y compañero de juegos desde que tengo memoria. Recuerdo que me encantaba ir a su casa porque su papá tenía una colección hermosa de hojas de árboles, me quedaba horas mirándolas, eran de todos tamaños, formas y colores, bellísimas todas. Casi aprendimos a leer juntos y nos pasábamos horas mirando una enciclopedia con todas las cosas que un niño debía saber.
Otro amigo inseparable fue V, pasamos el cuarto año de primaria juntos todo el tiempo, hacíamos tarea en su casa o en la mía porque yo tenía que explicarle todo, él hacía todo menos poner atención, siempre llegaba tarde a la escuela y con cara de dormido, volteaba a verme y yo, con todos mis diez años, le lanzaba miradas de desaprobación. Cuando llegaba a casa, hablábamos por teléfono durante horas y en mis fiestas siempre quería pasar desapercibido, pero con su particular sonrisa siempre iluminaba todas los rincones.
Era una infancia feliz hasta que un día me contó que se iba con su familia a Estados Unidos y que regresaría en unos años, ese fue el día más triste de toda mi niñez. Años después, cuando vino su hermana, me mandó una foto con marco y todo, él tenía esa sonrisa suya tan particular que se mudo al buró de mi recamara durante muchos años.
Una vez, estando ya en secundaria, llegó por sorpresa a mi casa. No lo reconocí, tenía el pelo largo, aretes y pantalones holgados. El chico que iba con él me dice “Es Víctor, el que estaba contigo en la escuela” (creo que nunca olvidaré esas palabras), volteo a verlo y pone esa sonrisa suya que me hizo reconocerlo enseguida. Salté de felicidad y lo abracé, platicamos un buen rato, "Estoy aquí de vacaciones", quedamos en vernos pronto. Me lo encontré un par de veces después, siempre gustoso de verme, pero hace años que no sé nada.
Cuando se fue, siempre tuve la esperanza de que volvería y que todo serían como antes, jamás suedió. Pero me dejó lindos recuerdos y la certeza de que la amistad pura, tierna y desiteresada realmente existe.
Y así muchas historias de esas: entrañables.
Fui mil veces confidente, cupido, asesora en exámenes, tapadera con maestros y prefectos, hermana mayor regañona y anfitriona para algunos de mis compañeros de secundaria, recuerdo a muchos de ellos: Josúe, Félix, Chiva, Güicho, Daniel, Aarón, Luis, Víctor, Elí, en este grupo también entra Luis Enrique, era uno de los siempreinvitados a las fiestas de mi casa, se reunía con sus amigos frente a mi casa y siempre buscaba la oportunidad de escaparse a platicar conmigo.
Creo que este lugar --la recámara donde pasé la adolescencia-- es ideal para recordar. El silencio de esta casa vacía es el espacio perfecto para que mis recuerdos tan vagabundos ellos, se sienten un rato descansar.