Por una extraña razón me encontré leyendo algunos viejos mails (los recuerdos, siempre los recuerdos), son de mi segunda etapa en Xalapa, no tenía ganas de escribir en el blog, así que escribía colectivamente a cuatro amigas muy especiales, todas tan diferentes, pero todas importantes.
Mis correos y sus respuesta me han puesto a pensar: a una de ellas casi le he perdido la pista, la he visto unas cuatro veces en el año; con otra de ellas apenas empiezo a reestablecer la comunicación; a la tercera también la he visto muy poco, algunas salidas, algunos cafés; la última ha sido la menos accidentada.
Me he puesto melancólica y un tanto enojada conmigo, con mi poca disposición para mantener algo que era importante, algo que sigue siendo importante, porque pese a los dolores, a los errores, no deja de importarme lo que les pasa. Me sigo preguntando cómo están, aunque no lo demuestre, me sigo preocupando por ellas y, silenciosamente, me duelen sus dolores.
Me acuerdo de las charlas de café y vuelvo a la pregunta milenaria ¿qué significa para mí la amistad?, ¿será cierto que la amistad puede superar y olvidar y no morir?
Luego pienso en las personas importantes que se quedaron en el pasado, en amistades que me hubiera gustado mantener, en que es demasiado tarde. Pienso en los amigos que siguen, aunque la comunicación no pueda ser constante, pienso en los que se van a ir, en lo mucho que los voy a extrañar.
Pienso en personas, en recuerdos, en madrugadas, amanecer en el mar, noches de luna llena, de estrellas, pienso en canciones, en poemas, en libros. Aprieto los recuerdos y me quedó con las ganas de decir: ojalá todo fuera como antes.