I
Te quiero sólo para sueño
Fernando Pessoa
Déjame robarte un beso, déjame escuchar tu respiración en mi oído, déjame tenerte mientras dura un beso, mientras llegamos juntos al final de la escalera en la que abriremos dos puertas diferentes.
Déjame mirarte de nuevo, deja que recuerde el encuentro como el vuelo común entre dos aves que habitan cielos diferentes, como una mariposa y un colibrí...
Deja que me pose en tu presente antes de que se escape. Dame un segundo para conocerte, para olvidarte, para quedarme sólo con el brillo de tu mirada.
Déjame conocerte en la tierra, no me muestres el paraíso; no me muestres las líneas de tus manos, déjame adivinarlas.
II
Eras mi viento, más no a favor
eras mi barca en el pedregal
eras mi puerta sin tirador
eras mi beso buscando hogar
Silvio Rodríguez
Cuando no esperaba nada, cuando no tenía qué perder, cuando estaba parada frente al pasado, contemplándolo y no veía más que ruinas: las ruinas de un corazón, ahora acorazado, temblando de miedo.
Cuando me vi en muchos ojos y no encontré nada. Cuando moría de ganas por pararme bajo la lluvia y sentir que aquella era la felicidad plena. Cuando caminaba entre las tumbas de un panteón y le lloraba a los desconocidos, a los que no reciben flores, a los que nadie les quita el polvo de su cripta. Cuando veía una estrella fugaz y ya no me esforzaba en repetir el mismo deseo porque seguramente se lo sabían de memoria.
Cuando descubría mares, desiertos y montañas a través de una ventana y volteaba emocionada a un asiento que encontraba siempre vacío. Cuando del otro lado de la línea sólo había un sonido intermitente. Cuando levantaba de la calle una hoja que sobrevivió al invierno y la apachurraba entre las hojas de un libro, muriendo por las ganas de querer regalársela a alguien. Cuando me había acostumbrado al mar de tierra roja del desierto, ese que te envuelve entre sus olas de polvo. Cuando todo era crepúsculo y fin, cuando ya no había amanecer ni principio… apareciste tú.
Como un huracán arrastrando todo, con tus besos sabor a brisa, con tu olor que se aferra a mi ropa, con tu abrazo de mar, de terciopelo. Con tus ojos que veo cerrando los míos, con tu sonrisa que tantas veces contemplé desde la distancia, con tu nariz, tus labios y tus manos recorriendo mi cara; con el manantial de tu boca, inacabable, inabarcable. Tu tan ave, tan pez. Tan mar, tan lluvia, tan río.
Tú de noche y de madrugada, mirándome por encima de la música, cerrando los ojos, acurrucado en mi cuello.
Tú con tu miedo --recordándome el mío--, con tu boca dulce: oscuridad, dicha, abismo. Con tu pasado, tu presente y tu futuro.
Yo sin poder resistirme a la belleza. Tú con tus verdades, tus no, tus dudas. Tú del otro lado de la línea, de la mesa, del espejo.
Y tú frenando el vuelo, cerrando la puerta, porque otra vez las circunstancias, otra vez a destiempo, otra vez el destino, otra vez la vida. Y yo cerrando los ojos para no ver cómo te marchas… Y despertar al día siguiente y que una lágrima se escape sin querer e imaginar que no todo terminó, que algún día puede ser… y esperar y callar.
III
Lo malo de los besos es que crean adicción
Joaquín Sabina
Misteriosamente después de verlo me dieron unas desesperadas ganas de escribir, como si una energía brotara de las llamas de mis dedos que van demasiado lento, que no alcanzan la velocidad de las cosas, ni a registrar los recuerdos antes que se pierdan entre la imaginación y el anhelo.
Antes de que olvide a lo que saben sus labios, antes que se borre de mi ropa su olor, antes que deje de sentir el calor de su cuerpo recargado en el mío, su mano internándose en mis cabellos o colocándose en mi espalda y apretándome hacia él.
Deteniendo en tiempo en “La vie en rose” y un beso perfecto para la ocasión: lento, interminable:
Tú muriéndote de ganas y yo mordiéndome los labios, agachando la mirada, ocultándola detrás de los cristales para que no descubrieras el fuego de la casa, mis ojos ardiendo en llamas.
Silenciosamente deseaba que se cumplieran los sueños de la primera noche y fugarnos, perdernos en el mar o en la montaña; pero he aprendido esperar y si lo he hecho durante tanto tiempo puedo hacerlo ahora.
Esperar el vuelo permanente, el fin de este ir y venir del cielo a la tierra, preparándome para vuelos futuros, para el vuelo constante, para el día en que no tenga que volver a pisar la tierra.